Análisis de la nueva vida adquirida por
los vehículos
He visto cuadrados, triángulos, paralelepípedos,
tratando de regular el desorden de los autos, que parecen
hormigas, y por una razón muy simple: porque también
están vivos.
Basta con ver desde una cámara satelital con efecto
de apurar (estas cámaras que permiten ver el crecimiento
de una flor cómo si ocurriera en cinco segundos,
plazada en un satélite) la evolución de una
ciudad y la circulación de los nuevos vehículos
que ahora existen en ella, para pensar en seres vivos. Es
por eso que un acercamiento a los signos del tránsito
debe hacerse desde los ojos de los carros. Desde sus luces.
Claro, las rutas se han creado y perfeccionado. Las autopistas
son un ejemplo. Antes, adelantar un camión era ver
aparecer por la ventana una calavera sonriente. Ahora seguras
y eficaces, completamente equipadas de gasolina y todo tipo
de alimentos o incluso electrodomésticos, constituyen
un mundo donde adentrarse.
Pero estos lindos adelantos no han sido acompañados
por un aumento de la seguridad, sino de los peligros. La muerte
no se asoma tanto al adelantar porque los carros ya están
habituados y manejan las técnicas. Los caballos aprenden
a girar brusco, si se les cabalga brusco.
La muerte se asoma hoy en momentos más inesperados;
es cuando los vehículos deciden hacer algo contra el
aburrimiento generalizado que desde hace años los invade.
Las protecciones son más eficaces para las amenazas
viejas, pero no hay protecciones para el spleen de los carros.
A ellos no les importa morir. Es más, en ocasiones
cada vez más frecuentes incluso eligen su muerte para
contradecir la ilegibilidad y el gusto arte-kitch de quienes
crean los signos que regulan sus vidas. Entonces es la vida
del lector que hace dedo, que toma el transporte público
no subterráneo o que posee un vehículo motorisado
la que está en peligro.
(Observaciones)
En la cuidad, cápsulas con x ruedas se desplazan como
haciendo círculos, y no es que cada una de ellas haga
una vuelta entera, sino que es un efecto general. Es como
una colmena de hormigas.
Las ciudades están conectadas por autopistas.
Los signos estan pensados para ordenar todo ese gran caos.
(Hipótesis:)
Los signos no lo logran. Porque los autos (vivos) han decidido
desobedecerles, después de años y siglos de
intentar en vano entenderlos, soportando su fea fosforecencia.
Quién no ha visto estas últimas horas un
auto estrellado a una vaca, para contradecir aquel cartel
que significa precaución ganado en la vía.
Quién no ha visto alguno de los millones de camiones
que han decidido volcarse destruyendo grifos e inundando
la ciudad.
Se puede sentir el descanso y la tranquilidad del último
suspiro de los vehículos estrellados. El humo que expelen
sus motores muertos. Es una reacción. Es evidente que
los carros han preferido morir a obedecer. Esos postes son
a sus ojos (a sus luces) mensajes indescifrables y oscuros.
Todo nace de la madre: los cerebros que idean las figuritas.
Su fin es expresar rápidamente un concepto preciso,
concretamente que el conductor que ve esos meteoritos dibujados
logre razonar de la manera siguiente:
"Oh, estamos en una zona de derrumbes, ¿Qué
haré si cae una tormenta cósmica sobre mí?"
Y como consecuencia de eso disminuya la velocidad.
Lo que no saben estos ciudadanos es que un automóvil
no razona como ellos. Al ver los mismos meteoritos el cerebro
de un auto puede decir por ejemplo:
"Se va a acabar el mundo como en la época de los
dinosaurios, mejor será que nos caigamos por el barranco".
Estos ideólogos son los mismos profesores que enseñan
teoría en las escuelas de conducción. Ingenieros
de tránsito, se llaman. Quiénes son. Quién
conoce a alguno de ellos que no esté loco.
El aburrido chiste del auto-gol, que hace referencia al joven
que aprende a manejar en una cancha de fútbol y pierde
el control pasando por debajo del arco es lo mejor que se
puede aprender de ellos.
Primero que nada no debieran dedicarse a hacer clases porque
basta un manual. Incluso el más indescifrable de los
carteles puede memorizarse viendo un manual. Y por qué
decir que los signos son todos diferentes e inventan uno nuevo
cada hora. Por el contrario las clases prácticas son
útiles, y son las que menos en serio se toman. Cualquiera
puede aprender a manejar estas máquinas, y ya no existe
un cariño por ellas; ya nadie le da nombres a sus autos
viejos ni llora al desprenderse de ellos. Entonces no hay
un feeling entre conductor y conducido, y ahora que han decidido
rebelarse; es como cabalgar una yegua chúcara.
Ahora para qué mencionar el test que aprobado te entrega
el título de conductor no sólo de tu país,
sino del mundo. Es un chiste. Nunca te enseñan a querer
a tu medio de transporte.
Y lo más importante de la divagación: deben
modificar los signos. Es evidente que las máquinas
viéndolos de frente con sus ojitos luminosos se encandilan
y no entienden nada. En vez de niños u hombres debieran
figurar, si el sentido común estuviera realmente repartido
en cada hombre, como dijeron por ahí, motos jugando
o camiones trabajando.
Los antiguos carteles debieran exponerlos en museos.
(Conclusión)
Si a los caballos, los camellos, los perros esquimales, las
llamas, los burros, los elefantes, los hacen andar a latigazos,
a los autos los ignoran, que es peor.
Fuentes:
Julio Cortázar, Carol Dunlop : Los autonautas de
la cosmopista o Viaje intemporal Paris Marsella.
François Bouq: La derisoria efervescencia de
los comprimidos, Los nuevos transportes amorosos (que
ud podrá ver haciendo click aquí).